Comentario
Desigual y rica en matices fue la relación de la Iglesia con el nazismo. Las autoridades eclesiásticas realizaron numerosas advertencias contra el nacionalsocialismo (cuya ideología apenas era conocida), hasta que Hitler, tras la toma del poder en marzo de 1933, dio seguridad de no atentar contra los derechos de la Iglesia.El episcopado alemán aceptó la propuesta de un concordato por parte del Reich, presentada en el Vaticano por el vicecanciller Von Papen, católico de renombre. Su conclusión, el 20 de julio de 1933, era para Hitler un gran éxito de política exterior, tanto más cuanto que él tenía intención de interpretarlo y aplicarlo con arreglo a los principios del nazismo.El tratado ofrecía cierta garantía a los derechos eclesiásticos, pero la lucha entre las concepciones nazis y la Iglesia católica no tardó en estallar de manera pública y notoria.La tensión de las relaciones entre la Iglesia y el III Reich alcanzó su punto culminante cuando el Domingo de Ramos de 1937 se leyó en todos los púlpitos de Alemania la encíclica pontificia "Mit brennender Sorge", en la que Pío XI oponía a la renovación pagana la doctrina católica. Disuadía al clero de seguir la enseñanza de los falsos profetas. La encíclica produjo un gran revuelo en Alemania y en la opinión pública mundial.Poco después Hitler visitó Roma, devolviendo la visita oficial efectuada meses antes por Mussolini, y, en contra de toda costumbre y protocolo, no pidió ser recibido por el Papa.Pío XI, ostentosamente, se retiró a Castelgandolfo durante los días de la visita y ordenó que se cerraran los Museos Vaticanos. En una alocución a un grupo de peregrinos dijo que no era oportuno desplegar en Roma, en el día de la Santa Cruz, el emblema de "otra cruz que no es la Cruz de Cristo".Es decir, la tensión entre la Iglesia y el Estado alemán alcanzó a lo largo de los años treinta proporciones desacostumbradas. Las Iglesias alemanas, tanto la católica como la protestante, no reaccionaron con la energía y prontitud necesarias, pero Roma durante estos años realizó gestos y proclamó su opinión con suficiente claridad.Pío XI ha sido criticado, a menudo, por no haber apoyado en Alemania al partido Zentrum y en Italia al Partido Popular. Tal vez la historia juzgue que su error consistió en invertir la política de su predecesor Benedicto XV, quien prefirió confiar en aquellos partidos políticos antes que en la buena fe de los países con los que firmaba concordatos.Toda la política exterior de Pío XI se basó en los 18 concordatos estipulados por él. Suprimiendo los partidos políticos, se quedó sólo con los concordatos. Era un argumento jurídico valioso para defender los derechos de la Iglesia, pero a menudo se convertían en papel mojado cuando se trataba con Gobiernos que no se preocupaban por mantener su palabra.Hitler encontró en las iglesias tal vez el único adversario interno que no pudo destruir ni asimilar. Después de los intentos de compromiso que culminaron en la firma del Concordato (junio 1933), buena parte del catolicismo opuso, a partir de 1934, una resistencia compacta a la ideología nacionalsocialista. Los momentos culminantes de esta oposición fueron la encíclica de 1937 y las polémicas homilías de Gallen, obispo de Westfalia.